Por David Cacho
La espiral de una ciudad se yergue
como un árbol que está por nacer,
el silencio, en un principio, es una luz primaria,
el sonido, después, se hace un rotundo exterminio.
Hay días en los que logro querer la ciudad con pureza
y otros en los que es menester de perros callejeros,
admiro las verbenas que se anegan en lo alto,
mi cuerpo se aclimata a esos rojos indinos
que tanto le hacen falta al paisaje.
No quisiera dejar este sitio
como una árida pradera
donde sólo anidaran zopilotes hambrientos,
hay páramos que surgen en la selva
y selvas que padecen la sequía,
la ciudad es una de esas cosas amorfas
que el clima no puede controlar.
Veo que los hombres usan una coraza
cuando la aurora ilumina los patios,
que los saguaros se levantan descarapelando
las espinas de la otra estación,
que los niños amanecen en la tierra
como el zumo lo hace sobre los tejados.
Los destellos de gente son una franja
de energías que nunca se consumen,
sobre los arreboles descansan los jardines
como camisas de polen
que las abejas esperan secar.
Hay una ciudad hundida
sobre un sauce que trastoca los volcanes,
gente que espera su sentencia
sobre este suelo tembloroso,
días que son pintados
como un lienzo virginal
donde hay espacio
para anidar la sonrisa del mundo.
*Texto extraído de Caminar el horizonte, el más reciente poemario del autor.
David Cacho (2000). Estudia el bachillerato, escribe poesía y cuento. Ganador de la décima entrega del certamen “Concurso Infantil y Juvenil de Cuento” organizado por el IEDF. Miembro del taller “poesía en la cornisa” organizado por Proyecto Literal e impartido por Manuel de J. Jiménez.