Por David Cacho
Ya entrará el equinoccio en la puerta
como un peldaño de viento entre los faros,
la respiración de mis poros irá aumentando
mientras tú te resguardas en la noche,
buscando un modo para llegar a casa.
El aire templado está cambiando
como cambian los semáforos y los inquilinos,
pero yo no estaré tan solo,
ya vendrá la tierra
a reclamar los esqueletos;
también nacerá el fruto
de nuestro destierro.
Tu espalda se ha ovillado
como las últimas corolas en los parques,
mi esqueleto es un farol
en la densa nubosidad de las mañanas,
no puedo verte más,
mi vista, mi tacto, la quintaesencia de mi alma
se han agotado implacablemente.
Han caído las cigarras en los lagos,
los barandales de las escuelas,
nuestros nombres se han borrado,
la sombras aún tienen una gran estela
como esas hojas que desprende la llovizna.
En vista al río, te deslizas, esa rama
como una espiral que el agua
hubiera tejido desde siempre;
te siento germinando
en árboles más altos y en bellas golondrinas,
te siento en transiciones,
en semillas y en pálidos ocasos.
Ya entrará el equinoccio en la puerta,
yo te esperaré detrás de la cortina;
entraremos tú y yo como un imán en el acero
y seremos otros al vernos tan tarde, fundidos,
fuego negro entre las lámparas,
a plena sombra nuevamente.
Otoño cruje tanto como el hueso,
otoño es la presencia viva de lo roto,
pasan las estaciones y la gente;
todo por más vivo y brillante,
se está debilitando.
*Texto extraído de Caminar el horizonte, el más reciente poemario del autor.
David Cacho (2000). Estudia el bachillerato, escribe poesía y cuento. Ganador de la décima entrega del certamen “Concurso Infantil y Juvenil de Cuento” organizado por el IEDF. Miembro del taller “poesía en la cornisa” organizado por Proyecto Literal e impartido por Manuel de J. Jiménez.