Por Pedro Martín Aguilar
La mer fidèle y dort sur mes tombeaux!
Paul Valéry
Ahora que cansado vuelvo al mar
veinte años más tarde de lo previsto,
entre sollozos desérticos,
secas luces chorreando las mejillas,
miro la sombra de un niño
mojando la playa negra
con su oleaje de humos fatuos y conchas
de opaca, amarga brisa,
que esencia no han de tener.
Yo también fui hijo del mar, bajo él
nací a espaldas de padres,
dichoso en él moriré sin más padres
que el estallido de agua
contra el abismo del sueño.
Sí, yo también fui niño de la mar,
llegué en esas toscas caravanas
que del imperio de la sed huían
mendigando nitidez de figuras
y salíferos retratos de olvido.
Enterrados en la espuma de arena
mi sombra y yo veíamos
las huellas que mis pies, allá muy lejos,
en el mundo del ardor
sonámbulas habían impreso. Ella
y yo caíamos por pozos frescos
al espíritu del mar,
alcázar de perlas donde las almas
el eco de nuestro nombre lamían,
voz tenebrosa y la sangre de un niño
echada a un viento que no volverá.
–Te lo prometo, mar, que volveré.
–¿Por qué no te quedas ya?
–Aún no es tiempo. Pero volveré:
Las costras de la vida me sanaste.
–¿Y tu sombra, qué hará?
–Nunca te abandona. Es tu sombra misma.
–El mar no tiene sombra.
–El cielo es tu sombra, mar:
Mi sangre ilumina el mar.
–¿Es que nunca volverás?
–Sí, cuando nada me haga regresar.
De noche mar y cielo se desangran
en gigantes fauces frías
que remuerden filos de inmensidad
y tibias cicatrices de hermosura
sin otro confín que rotos navíos
de un ocaso que se asfixia
ni salvación cierta que el precipicio
donde gotea lánguida la luna.
Ahora que cansado vuelvo al mar
sin haberme ido nunca,
pues la sombra de un niño siempre asalta
el alba de rompeolas y el faro
hecho jirones de brisa,
miro el pasado anegando la costa
cual campana sumergida
que dobla el mar a misa de difuntos.
Leo, cuando el océano se aleja,
los símbolos nevados en la arena,
esos sueños de la sombra del sueño
en llamas: mi primer amor, marchito
aunque incorrupto, las risas del oro
de la que hoy adolece de alegría,
y la otra sombra, mis padres
con sus manos por fin juntas, hollando
con perdido embeleso la ribera.
Apenas entiendo el cristal sudante
que fascinó soledad y candor:
Nací en las caderas de astillero
porque muy pocas cosas en la vida
–las extintas estrellas, el rumor
de un bosque que talarán–
muestran que el final existe,
que esto también pasará,
que la sombra de un niño sigue en pie
tras su muerte, a la vera del mar.
Pedro Martín Aguilar (Madrid, 1991). Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Maestro en Letras españolas por la misma institución. Se dedica a la investigación de la poesía de Luis de Góngora y de la lírica española de la segunda mitad del siglo XX. Es profesor de poesía hispánica en la Universidad del Claustro de Sor Juana.
Felicidades Pedro. Me encantò tu poema. Un abrazo, Paty
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