Por Gibran Castillo Ordoñez
1.
He escrito
poemas de amor
en estas tablillas
de áspero lino.
Y si vieras
cuántas tablillas
he acumulado
por cada día
en que no nos
hemos vuelto
a ver…
2.
Observo mi imagen en las ondulantes aguas de la fuente.
En el fondo de la fuente hay piedras, no tan grandes
ni tan umbrías como aquella que te ataste
al cuello, para no volver más a tierra firme.
3.
¿Acaso tú me dijiste que con poemas de amor
a nadie enamoraría?
¿Acaso dijiste tú que con poemas de amor
nada ganaría?
Quizá tuviste razón: a nadie he enamorado
con mis poemas;
nada—ni siquiera un centavo,
ni siquiera un momento
de fama internacional—,
he ganado.
Pero ocurre algo:
a ninguna muchacha
de quien me he enamorado,
le he mostrado los poemas
de amor/ y a ningún agente literario
(por vergüenza)
le he enviado mis poemas de amor
para que los publicite
en los medios de comunicación.
4.
A la sombra de aquel árbol de flores moradas,
sintiéndote de este tiempo lejana,
te entrometes en el diálogo de los amantes,
mientras yo, en la sala de mi casa, intento escribir
la carta que, por temor, quizá te deje
entre las páginas del epistolario que tanto hojeas.
5.
En la carta que te envié
y aún no abres,
he sido muy claro:
mañana mismo
acabaré con lo que resta de mi vida:
la luna contemplará mi comunión
con la corriente eléctrica,
a través de mi ventana,
como tú contemplarás,
mañana mismo,
a la luna
a través
de tu
ventana.
6.
Cuando paso por el cementerio,
en los epitafios
unidos nuestros
nombres no encuentro.
7.
Anoche, cuando tú yo
conversábamos en el camión
que nos conducía a nuestros
respectivos hogares,
te propuse escribirte
un poema,
uno
en donde,
según yo,
enaltecería
tu belleza
de muchacha alba.
Tú, cuando terminaste
de escuchar mi propuesta,
te negaste a que te retratara
en un poema,
pues, según tú, temías que al leerlo
dentro de algunos años—décadas—,
recuerdes tu juventud, y al mirar
tu rostro en el espejo del baño,
se apodere de ti la angustia
por la nostalgia,
a grado tal de querer,
de una buena vez
por todas,
detener el tiempo
a quemarropa
o
con una dosis de veneno.
(Hoy, camino al trabajo,
Encontré en el jardín público
Una estatua, la cual, lo juro por Dios,
Es idéntica a ti).

Gibran Castillo Ordoñez (Ciudad de México, 1996). Estudiante de la licenciatura en Historia. Ha colaborado en la revista Vivir en Tlatelolco, así como en el Boletín de la ENAH y en las revistas electrónicas: MIST y L’arc du temps.
Correo electrónico: gibrancastilloor@hotmail.com