Por Gibran Castillo Ordoñez
Sombras en el jardín levitan,
bajo una bóveda de diarios de viajes,
entre insectos atraídos
por ciertos cielos
que de aquellas mana,
y frente a un reino
cuyo sino
lo interrumpirán, a patadas,
muchachos crueles.
En estas horas, aquellos quienes fueron
inmóviles cenicientos de glaucos ojos,
se despojan de sus respectivos exoesqueletos
(banderas repletas de pátina),
abandonándolos, a flote,
en el estanque.
Al encontrarse, aquellas olvidan
ciertas cosas: olvidan el dolor
presente en la música de los minúsculos
perseguidos; olvidan las batallas,
la desesperación de los muertos;
olvidan las sombras sus músculos
y a los libidinosos caminantes
—pozos pútridos de pelambre revuelta,
cuyo oficio no es otro más que escribir,
en los cuerpos, palabras obscenas.
Memoriales de la vista y del oído,
bitácoras del tacto, las sombras
ocultan, ya diurnas y ornamentos,
el registro de las descubiertas maravillas:
el cabello, las uñas,
la voz, las huellas digitales,
las constelaciones de la infancia,
laberintos
(cardiacos y sanguíneos),
y los estigmas —de sarcófagos,
la raíz del estridente
y doloroso grito.
Sol, cielo, iris:
pétreas crisálidas exhibidas
en hoguera
de luz y trinos,
recluidas y distantes,
en el jardín nuevamente ancladas…
Gibran Castillo Ordoñez (Ciudad de México, 1996). Estudiante de la licenciatura en Historia. Ha colaborado en la revista Vivir en Tlatelolco, así como en el Boletín de la ENAH y en las revistas electrónicas: MIST y L’arc du temps.
Correo electrónico: gibrancastilloor@hotmail.com