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Lo que vienen manejando como un re-telling de este mito que todos bien conocemos
Por Genaro Ruiz de Chávez O.
I. Invocación
¡Canta odiosa los pesares del pelado Huamantlo!
Presta la lira y acompaña este canto mamalón,
épica chicha de proezas y milagros
de los enjundiosos conspiradores del placer.
Canta sobre la corte ruda
de gañanes y pelados,
sus celebraciones licantropicales
con las que saben mitigar el pesaroso paso
por este inmundo mundo.
Canta sobre el amor cachondo
del Huamantlo y su Pipiana,
así como del hado funesto que los separó
y sumió al barrio en la más honda congoja.
II. Asamblea en el callejón
Allá va el orondo Huamantlo,
en gerundio, su Mustang Oriflama manejando.
Paliacate escarlata echado al cuello,
de seda la camisa y de cuero pangolín la chamarra.
¡Arroooooz!
Allá va, de la bandera el jefe ufano.
Comandante, servidor, amigo,
el mero gallo, la pistola bien peluda,
muchacho chicho de la película gacha,
pornógrafo, dealer y sempiterno valedor.
Acompañado va por La Felposa compañera,
voluptuosa cholombiana
de la hermana República de Aridoamérica.
Arpía aguerrida, por todos temida y tenida.
Allá van los dos, escoltados
por la corpulenta presencia
de sus ñeros carroñeros,
el Gangrenas, el Costras y el Linfas,
el Loco Max y Terry, el pitbull maricón.
El Mustang Oriflama rola por cualquier eje vial,
bólido que pira para un paseo pitero,
sin atisbo de fruncimiento,
se internan en los negros laberintos de la Tanque, Oyamel y Queso.
Ya con la pandilla reunida y atenta,
imbuido con la majestuosa autoridad de sub-gerente bancario,
verija de gato y pájaro nalgón,
Huamantlo les habla así:
“Consultado he a mis asesores de lupanar.
Cubran cuota, rolen baisa y tiendan ancla en Salsipuedes.
Loco Max aparca el Mustang Oriflama, no le saque,
que el Marmota Leporina, el mero mero Mowgli Mogollón,
el Espléndido Cacharpo y el barrio en su totalidad nos respaldan.
Linfas, párna, parníta, ábrete una botellita de Obadiah Ron
y dos litros de ambrosía Esta noche voy a triunfar.
Costras, ve a comprar pomada Pan Puerco
que la Felposa comió ceviche y trae torzón.
Tú, mi querido Gangrenas, zacatecas en corto,
tra ete a la Pipiana de cuerpo de perro parado,
a Princesa Pambazo y a cuanta Bendición encuentres disponible.
No olviden que este desvergue es nuestro único albergue,
y aquí no discriminamos.”
Presta sale la runfla en Fá
a cumplir los caprichos del Huamantlo,
puesto que él sabe
lo que es bueno, bello y verdadero,
porque es un poeta y un guerrero,
y nadie cuestiona su palabra.
III. Evohé y un negro presagio
Llega la flotilla en corto,
cantando, descorchando y forjando
en este pinche perreo perrón.
Que se apersonan La Pipiana y la Princesa Pambazo,
la Britney, la Kimberley,
y cuánta bendición el Gangrenas encontró.
Llegan el Marmota Leporina y el Hábil Cachuchero,
Il Prito Bagiro di la Silva, El Halcón de la Bondojo
y otros tantos marginales.
Llega toda la bandera,
directo a rascarle al Esta noche voy a triunfar.
Luego luego, el mero mero Mowgli Mogollón
empieza: “¿Quién la trae? ¿Quién la trae? ¡Armala! ¡Armala!”
y su inevitable mal del pollo
en este pinchi perreo perrón.
Llegan los carnalitos insignes, el Saltaperico, el Chairemón,
el Guaguis Trismegistos y el Numebio de Apamea,
acompañados del Eumeo el de los negros labios
y el viejo confiable Torino el Hojalatero.
Le prestan lira, afina y dispara, Huamantlo canta,
con su voz diamantina
la suite completa del Haragán & Co.
Ya entrados con el Obadiah Ron se tiran netas o jotean
“Y que sucu sucu sucu dice el maestro Ferrás…
o la bebes o la derramas.”
Todos asienten porque es verdad.
“Y que Lor Baairón dijo de que
mona que no has de inhalar déjala andar.”
Todos asienten porque es verdad.
“Y que tenemos el pagano derecho a cagarla,
pero la cristiana obligación de limpiarnos.”
Todos asienten porque es verdad.
Como cuando el calor del hogar
es roto repentinamente,
por la irrupción de una tormenta o aire helado,
la fiesta en Salsipuedes de golpe enfrió.
Pasó gritando Tiresias el Ojón,
el mugroso ciego
que habita el fondo del callejón:
“ ¡Una nalga morirá hoy! ”
Todos callan, baja la mirada,
hasta que Tiresias el Ojón se retira,
arrastrando sus gritos y pellejo
de vuelta al fondo del callejón.
Nomás se va, a nadie más le importan
los lúgubres augurios, los presagios funestos
porque el fiestón en Salsipuedes está cabrón.
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