Por Emmanuelle Bravo
Después de una caguama
tu lengua destempla la oscuridad del ojo ciego.
Látigos de saliva fluyen libremente
en los linderos sedientos de tu amado.
Los pétalos de los labios negros
tienen, definitivamente, mejor sabor
después de una caguama.
El sabor acre eriza tu piel unos segundos
pero el amado te endulza el tacto ciego.
Cabalgas con urgencia en la arbolada
hasta que gélidos campanarios gimen.
—Novio, novio mío:
vine a profanar la hiel de tu simiente.
—Silencio.
Un ciego está rezando un padre nuestro.
Una caguama
facilita la noche de la espera,
anuda lujuria a la punta de la lengua
y aviva brasas a cuatro hombros
convirtiendo aletargados párpados en cómplices.
Emmanuelle Bravo (Ciudad de México , 1984). Ha trabajado 8 años en el oficio de librero. Ha tomado talleres de poesía con María Cruz, Jaime Augusto Shelley, Raquel Olvera, Pedro Pablo Martínez y Margarita Vázquez Días. Actualmente radica en Morelia.