Por David Cacho
LOS MAPAS TRAZADOS EN LA TIERRA,
los cristales unidos por cinta adhesiva
y los cuerpos asentados
en un atajo de inicio-fin.
Las prisiones siempre están abiertas
aunque nunca nos lleguen las cartas,
enviamos mensajes
a un buzón hambriento
donde el mensaje más largo
es un amor epistolar entre náufragos.
El color más abundante es una mancha
donde el cielo mitiga las costumbres,
el tinte de la hoja
sacude los rocíos nocturnos,
inscribe en las gotas de zumo
un tejido indeleble
donde no penetra la calígine
ni aborta su flujo
la camisa matinal.
El amor en la tierra es una raíz de dos polos,
por el norte el sol es macerado
por el sur se anega un rey bajo su lecho
y los arpegios proletarios
gritan donde los gallos cacarean
mientras una bicicleta
es transportada
a un lugar de ojos vendados.
Se detona en la campana
la vibración crispada sobre un árbol
y en los bordes a extrarradio
se divide la muerte como una vela al horizonte.
***
NO SE QUEDA EL MAR
porque la ola es atónita,
no se queda perpetuada
porque el vientre es un atracadero
y el barco nunca llega
con toda la flota. El tiempo atraviesa la mirilla
para renunciar a deseos más sanguinarios
y en algún rescoldo
cantan los latidos
o el barrunto
de un ángel.
Saciar las bocas
que mitigan sus harapos
para dormir sin la penumbra,
escribir en los costados
por los trajes herrumbrosos
que ellos nos consignan.
Ateridos en una bocacalle
salimos y entramos de la lluvia
y cansados de esperar
por el verdugo
idolatramos falsas nubes.
Escribimos al margen, al costado del manzano,
ya en los rastros de la flor
y nuestras huellas dactilares
han crecido
sobre un cuaderno anónimo.
David Cacho (2000). Estudia el bachillerato, escribe poesía y cuento. Ganador de la décima entrega del certamen “Concurso Infantil y Juvenil de Cuento” organizado por el IEDF. Miembro del taller “poesía en la cornisa” organizado por Proyecto Literal e impartido por Manuel de J. Jiménez.